top of page
Con la fe erosionada.
Con la fe erosionada.
Hay encuentros a deshoras que se buscan siempre
San Juan de los Lagos, mi tierra natal, ahí me dio un vuelco el corazón a
temprana edad. Santidad a gritos pedía mi alma desde los doce años, y no hubo,
sino conatos de alegría, cuando anuncié mi decisión de ser religiosa. No era una
novedad en San Juan de los Lagos, cuna de tantos religiosos y religiosas. Lugar
idóneo para las visitas papales y semillero de obispos. Sin embargo, mi padre, al
comunicarle yo mi vocación, con su voz y ademanes de hombre sexagenario,
prudente me pidió que intentara una carrera universitaria, ante el enojo
contenido de mi madre, que había deseado ser religiosa hacía un buen número
de años y, claudicando en su anhelo, ante el amor explosivo carnal de una tarde
de verano, que la hizo desistir con un embarazo. En mí vería su tardía, pero, al
fin y al cabo, realización.
Era uno de esos cálidos días tapatíos y la Madre Superiora de mi orden
me había citado. Tres meses habían pasado desde el día de mi ordenación y aún
flotaba en el rito del desposorio con Dios. Sinceramente me sentía intrépida y
mi anillo nupcial, era fuente de orgullo.
San Juan de los Lagos, mi tierra natal, ahí me dio un vuelco el corazón a
temprana edad. Santidad a gritos pedía mi alma desde los doce años, y no hubo,
sino conatos de alegría, cuando anuncié mi decisión de ser religiosa. No era una
novedad en San Juan de los Lagos, cuna de tantos religiosos y religiosas. Lugar
idóneo para las visitas papales y semillero de obispos. Sin embargo, mi padre, al
comunicarle yo mi vocación, con su voz y ademanes de hombre sexagenario,
prudente me pidió que intentara una carrera universitaria, ante el enojo
contenido de mi madre, que había deseado ser religiosa hacía un buen número
de años y, claudicando en su anhelo, ante el amor explosivo carnal de una tarde
de verano, que la hizo desistir con un embarazo. En mí vería su tardía, pero, al
fin y al cabo, realización.
Era uno de esos cálidos días tapatíos y la Madre Superiora de mi orden
me había citado. Tres meses habían pasado desde el día de mi ordenación y aún
flotaba en el rito del desposorio con Dios. Sinceramente me sentía intrépida y
mi anillo nupcial, era fuente de orgullo.
¡Comprar este libro!
Reseñas.
bottom of page